viernes, 11 de septiembre de 2015

El viaje a Oriente

"No hay un solo rincón de esta residencia donde no anide el sueño"


    Supongo que tal vez sea un problema generacional, pero desde siempre (o desde que en mis primeros meses de carrera leí "Hacia una Arquitectura", sin entender demasiado) me han dado un poco de pereza los libros escritos por LeCorbusier. Ha sido por tedio y por no tener otra cosa a mano lo que me hizo acabar cogiendo "El viaje a Oriente", con un Corbu juvenil y dispuesto a dejarse sorprender  lo largo de un viaje envidiable.
    Me ha hecho gracia leer sus comentarios en relación a dos temas (además que de arquitectura, gente, paisajes...), sus opiniones sobre el tipo de mujeres con las que se iba cruzando en cada lugar, yo que pensaba que era un personaje bastante apático en este sentido. Y la fascinación que siente por los burros en Estambul, animal que creo despierta simpatías a cualquiera, incluso a mí que soy mortalmente alérgico a ellos.
    Hay dos cosas en las que además orgullosamente puedo decir que coincido con Le Corbusier, una es haber sentido la misma impresión en las mezquitas de Estambul, ese plano horizontal etéreo construido con las grandes lámparas y sus innumerables puntos de luz. También el respeto por esa cultura musulmana cuajada de ritos y de silencios, que queriéndolo o no tanto significado histórico y cultural tiene para todos los españoles.
Aquí algunos extractos del libro que a mi parecer más pueden resumir la manera de ver el mundo del que iba a ser uno de los arquitectos con más repercusión del S.XX.

 Bucarest.
"[...], olía a lirios en todas partes, y persistentemente: a lirios que venden las cíngaras. ¡Aquí tenemos de nuevo a unas mujeres espléndidas! Unas pieles doradas tras las negras melenas, unos ojos bajo cuyo influjo se utiliza el vocablo hechicero. Y una vestimenta clara y sencilla, de donde salen las manos para lucir, sobre el marfil de los lirios, el coral de las uñas pintadas. En nuestra mente las cíngaras devendrán un símbolo, una expresión -la única posible- de esta ciudad donde hemos sido torturados." (Sobre Bucarest).

Tirnovo.
"¡Qué villa tan extraordinaria de la que nadie ha hablado nunca, alejada de las grandes líneas de comunicación! Auguste la equipara a la Ávila de España."

Estambul.
"Querría decir algo del alma turca, ¡no sé si seré capaz! Hay en ella una serenidad sin fronteras. La llamamos fatalismo para desmerecerla: llamémosla "fe". Una fe que yo tildaría de rosa, rosa y azul; azul porque azul es la horizontal del mar, y azul también el cielo. De hecho, aquí no se ve nunca dónde termina uno y empieza el otro. Se trata pues de una fe ilimitada y risueña. Por desgracia, yo sólo he conocido una fe torturadora. [...]. En el fondo de su alma rosa se amadriga una hidra temible y lacerante; el exceso de serenidad aboca al dolor, a través de la melancolía. Esto era lo que quería decir. Kes he visto sin pronunciar una palabra en medio de las llamas fatales: Estambul ardía en una ofrenda demoníaca. Les he escuchado en su misticismo desgarrador, delante de Alá, ¡llenos de esperanza! Y he adorado todo lo que era suyo, el mutismo y la rigidez de los semblantes, esasúplica a lo desconocido y su credo doloroso en las bellas plegarias. Además, mis ídos se han colmado de sus transportes espirituales, las noches de luna y las noches totalmente negras de Estambul".

Las Mezquitas.
"Se necesita un lugar silencioso que tenga una cara vuelta hacia La Meca. Debe ser vasto para que el corazón se sienta cómodo, y alto para que las plegarias respiren. Se precisa una luz amplia y difusa que no deje el menor resquicio de sombra y, en todo el conjunto, una perfecta simplicidad; y en las formas estará contenida una inmensidad. El terreno ha de ser mayor que una plaza, no para dar cabida a las multitudes, sino para que los individuos que vienen a rezar experimenten alborozo y respeto al visitar esta gran casa. Nada puede ocultarse a la mirada: se entra, se ve el inmenso cuadrángulo cubierto de esteras doradas de paja de arroz siempre renovadas, sin ningún mueble, ningún asiento, únicamente algunos atriles bajos a ras de suelo (...); y de un solo vistazo se perciben los cuatro ángulos, se siente su clara presencia y se reconstruye el gran cubo perforado por pequeñas ventanas desde el cual se elevan los cuatro gigantescos arcos torales unidos en las pechinas; se ve entonces centellear la corona luminosa de las mil ventanitas de la cúpula. En la parte superior hay un espacio ingente cuya forma no se aprehende, ya que la semiesfera tiene el encanto de sustraerse a la medida. De las alturas cuelgan verticalmente innumerables hilos; llegan casi hasta el suelo y aguantan las barras a las que se sujetan las lamparillas de aceite, un rosario cristalino que gira en círculos concéntricos, posando por la noche sobre las cabezas de los creyentes un techo titilante: se pierden entonces en la oscuridad del enorme espacio los hilos interminables, que suben apretadamente a lo alto de la cúpula entre el cinturón de ventanas ahora extinguidas." Sobre las mezquitas.
"Una geometría elemental disciplina las masas: cuadrado, cubo y esfera. Sobre el plano, constituye un complejo rectangular que tiene un único eje. La proyección de los ejes de todas las mezquitas que hay en tierras musulmanas, siempre hacia la piedra negra de la Kaaba, es un símbolo grandioso de la unidad de la fe".
"El rumor piadoso ascendía entremedio, muy alto, a través del bosque de hilos suspendidos que lo llevaban a perderse en el regazo de la bóveda. Este techo ficticio de luz, a unos tres metros sobre las esteras, y el inmenso espacio de sobras que se arremolina encima, son una de las creaciones arquitectónicas más poéticas que conozco"

El Athos.
"Creo en la "horizontalidad" del horizonte siempre idéntico y sobre todo, en pleno mediodía, la imponente uniformidad de los materiales contemplados, proporcionan al espectador la medida más perceptible humanamente del absoluto. En la irradiación de la tarde, ¡apareció de la nada la pirámide del Athos! Cual una solemne efigie, se perfila a distintas horas para, en un agrandamiento de pronto precipitado, dominarnos con sus mil metros surgidos de la llanura".

El Partenón.
"Desde debajo de este pórtico se ve al Partenón, en su bloque dominador, lanzar en la distancia su arquitrabe horizontal y oponer, a este paisaje concertado, su frente como un escudo. Unos frisos aún presentes en lo alto de la cela hacen correr a ágiles caballeros. Los distingo con mis ojos de miope, pese a lo lejos que están, tan claramente como si los tocara; hasta tal punto se conforma la medida de su relieve al muro que los ostenta. Las ocho columnas obedecen a una ley unánime, brotan de la tierra produciendo el efecto de no haber sido depositadas por el hombre, como lo fueron, hilada tras hilada, sino que parecen ascender desde el subsuelo; y su brusco surgimiento en una envoltura estriada lleva, a una altura que el ojo no acierta a apreciar, la lisa franja del arquitrabe posada sobre los ábacos. (...) Creí poder comparar este mármol al bronce nuevo, deseando que, al margen del color así apuntado, la palabra sugiriese el clamor resonante de esa magnífica masa erigida con la inexorabilidad de un oráculo. Ante al acuidad inexplicable de estas ruinas, se ensancha cada vez más la brecha entre el alma que siente y la mente que calibra.

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