Un hogar inmenso lleno de esquinas y rincones, recuerdos, trastos y aperos. Asomarse hacia espacios olvidados. Detalles, construcción, viejas vigas carcomidas y canalones anegados con el paso del tiempo como su máxima cualidad.
Dulce placer del cigarro a la puerta de casa, llamando a los que has dejado en Madrid, y que aparezca una gatita con ganas de jugar, inocente y adiestrada mascota casera. Complacida haciéndome de modelo y de premio se llevó unas raspas de sardina que ese mismo día comimos.
Creo haber comentado la existencia del terrao, pero es más la experiencia, subiendo por unas escaleras cuasi tortuosas, de escalones inimaginablemente altos para llegar a la oscuridad bajocubierta, el suelo irregular, la cabeza agachada para no llevarte un recuerdo en forma de chichón y con la experiencia de la luz al fondo, cálida curiosidad que me lleva a mi lugar de lectura favorito. Antaño lugar de las gallinas, hoy limpio aún conserva un recuerdo al olor, al sonido que me despertaba todas las mañanas al retirar la gallinaza y un sol que lo invade todo por las mañanas.
Y lo que entiendo como pleno Wabi-Sabi, la simpleza de la belleza rústica, del tiempo aliñado con la casualidad. Un simple encuadre que me lleva a los turbios mundos de la memoria. Memoria que tanto quisiéramos evocar en muchas arquitecturas, tradición que imprimiríamos en cada proyecto urbano, cada actuación. Pocas veces lo conseguimos, pocas veces nos encontramos con proyectos evocadores, esos que hablan más de poesía que de desarrollo; esos que nos invitan a sentarnos y emborracharnos con su espíritu.
Un poco de tradición kitch nunca está de más.
Mires hacia donde mires, asomado por cualquiera de las ventanas, un fondo verde arbolado, un monte donde perderse, cada vez con menos fauna pero igualmente mio, mio por lo que representa, por lo que pienso, por el tiempo que puedo pasar, al igual que en las arquitecturas evocadoras, emborrachándome de imagen, de esa "belleza" definida por lo que nos hace sentir.
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